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“Mi asistencia a Felisa me devolvió la ilusión por los libros como algo compartido, no como un evento comercial con una simple sucesión de presentaciones y firmas, sino como un lugar de reunión para la ciudadanía, donde compartir el amor por la literatura pero, sobre todo, por las ideas y emociones que transmiten los libros. La plaza recuperó ese carácter comunitario, de verdadero espacio público, con casetas que actuaban como puertas de un barrio, y no como simples escaparates, y con autoras y lectores que compartían espacio, charlas y verano con una cercanía mucho mayor de la que, por sí mismas, aportan las páginas. Felisa no ha sido una feria, sino un acontecimiento, y por eso no necesita siquiera explicar su acrónimo: porque es una vecina más en sí misma. Una que nos junta”.