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Club Metrópolis | Biblioteca de Camargo

Banco frente a la Isla de Mouro en la península de La Magdalena

Sotileza | José Mº Pereda

 

Sentarse en el banco y contemplar la Isla de Mouro y los tonos azulados, verdes, grises… de la mar anima a abrir el libro Sotileza y disfrutar del viejo Santander a través de sus gentes, de sus costumbres, sus maneras de vivir y pensar; disfrutar de ese léxico popular que Pereda convirtió en lenguaje literario; dejarse atrapar por la fuerza de su protagonista Sotileza; acercarse a esa mar amada y temida a partes iguales, esa mar que da de comer lo justo y que se enfurece y traga a la gente con la fuerza de sus galernas: “Contemplar con espanto los embates furiosos del vendaval, la terrible situación de la lancha, las milagrosas fuerzas de sus remeros ¡Más…más! gritaba Andrés. Y los remos crujían, y los hombres jadeaban, y la lancha seguía encaramándose, pero ganando terreno,…¡Jesús y adentro!”.

 

Club de lectura Nosotras | Biblioteca de Camargo

Banco frente a la Isla de Mouro en la península de La Magdalena

La insolación | Carmen Laforet

 

El club de lectura ‘Nosotras’ de Camargo asocia la novela La insolación de Carmen Laforet con el banco situado en la península de La Magdalena, enfrente de la Isla de Mouro, porque en ese banco Ana, Carlos y Martín (protagonistas adolescentes de la misma) sentados, sin sombrero, bajo un sol inclemente, bien podían haber cogido una insolación. Desde ese banco observaban el ir y venir de los barcos. Barcos que cortaban el horizonte en tres partes: el amor, la amistad y el paso del tiempo.

El amor entre Ana y Carlos, hermanos, uña y carne. Carlos siempre a la sombra de Ana. El amor entre Carlos y Martín, dudoso, con miedo, vestido de admiración. El amor de Martín por los dos hermanos, admiración y desconfianza. Amistad disfrazada de amor o al revés.

El paso del tiempo, diferente en la adolescencia que en la madurez. Aquellos veranos eternos que empezaban en junio y terminaban en septiembre, con la única obligación de ir a la playa con tus amigos. Amigos solo durante tres meses; sabes, sin embargo, que al verano siguiente van a estar ahí y va a ser como si los hubieses visto la tarde anterior. Al final, a Martín solo le queda el recuerdo de esa amistad pasada y los veranos en la playa, en un solárium. Un solárium que, con imaginación, se podía contemplar desde ese banco de La Magdalena que mira a la Isla de Mouro.

Ana, Carlos y Martín, sentados en ese banco, sueñan sus vidas. Vidas en las que solo estaba presente el amor. Vidas de las que destierran la desconfianza y el paso del tiempo. Vidas en las que siempre era verano. Un verano claro, luminoso, sin nubes en el horizonte. Un verano caluroso, en el que si no llevas sombrero puedes coger una insolación.