Clubes de lectura de Santa Cruz Bezana
Estatua: José del Río Sainz, Pick
Recomendación: Gabriel García Márquez “Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”
A José del Río Sainz, Pick, poeta de Santander, marinero y periodista, le habría gustado leer el Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre. Fue escrito en 1955 por el periodista Gabriel García Márquez para un reportaje por entregas en El espectador de Bogotá, y tuvo que esperar el reconocimiento internacional como libro hasta 1970, unos años después del éxito de Cien años de soledad y algunos más también tras el fallecimiento de nuestro poeta.
A José del Río Sainz, Pick, hombre fuerte, descuidado, sincero y valiente, como lo definió Concha Espina, gran admirador de las gentes sencillas que encierran historias extraordinarias en una apariencia anodina, abatida, incluso encanallada, le habrían cautivado las tribulaciones del pobre desgraciado de la Armada colombiana, que quedó abandonado a su suerte en el Caribe, entre tiburones que llegan puntuales a las cinco, revolcones de olas unánimes y conversaciones delirantes con compañeros ahogados o comidos por truculentos caníbales en alucinadas islas solitarias.
Pero lo que habría admirado sobre todo Pick, lector apasionado de Conrad, Stevenson y Verne, habría sido la brillantez y precisión con que García Márquez trasladó las verdades del náufrago, que resultó ser un hábil y “peligroso” narrador. Al dar su versión de la tragedia, desveló un delito inconfesable de las autoridades, que originó que él fuera cayendo en el olvido de los medios y el novelista acabara exiliándose en el París de los “sudacas” meritorios de mayores glorias literarias. Por un extraño capricho del destino, se volvió contra él la advertencia que le había hecho a un marinero antes del naufragio, con esa dignidad “silvestre” con que contaba las cosas y se reía de su propio heroísmo,: “Ten cuidado. No vaya a ser que la lengua te castigue”.