Hacia el banco bueno
Hay bancos que te tuercen la espalda y que, a veces dan miedo. También dan dinero, pero nunca gratis y no siempre a quien lo necesita. Y luego hay bancos de madera, humildes; vetustos unos, modernos otros; siempre menos de los necesarios, siempre más de lo que podremos utilizar en una vida.
Una ciudad -Santander, por ejemplo- es un gran banco con vistas al mar, y a las montañas, y a los pisos de protección oficial, y a las casas de lujo, y a esquinas sin ángulos, y a solares por ocupar. Hay bancos que no miran a ningún lado ¿lo sabéis? Pero a nosotros, a nosotras, nos gustan los que podemos hacer nuestros.
Llegamos a un banco y lo podemos convertir, poco a poco, a punta de costumbre y tesón poético, en el salón de la casa donde leemos la novela necesaria, o en el cuarto de baño donde elegimos poemas en función del tiempo de estancia, o en la cama donde dormimos el libro, o en el libro donde duermen nuestros anhelos.
A nosotros nos gusta acomodar el banco bueno. Lo identificamos; vamos instalándonos como quien no quiere la cosa pero la desea con profundidad; nos acurrucamos en sus humedades; o buscamos el sol crujiente de la mañana… El banco bueno es el que nos deja volar y nos invita a enraizarnos, que así de maravillosas son las contradicciones. ¿Sabían lo que decía Walt Whitman de eso de tener contradicciones? Pues que contradecirse era contener multitudes dentro.
Hay los libros… lo que nos enseñan y lo que nos hacen viajar sin alejarnos del banco bueno, sólo levantamos un poco la vista para comprobar que todo sigue en su lugar, menos nuestra imaginación, nuestro corazón palpitante, nuestros sueños.
Por eso, te invitamos, paseante, a sentarte en este banco honorable con nosotros, seas hombre o mujer, anciano o infante, seas de nuestra tierra o llegado de fronteras lejanas buscando el derecho a ganarte la vida codo a codo con nosotros….
Escuchen, escuchen… “Una mujer cansada de pasear se sienta en uno de los bancos frente al tiovivo desde el que también se puede ver el mar. El olor a salitre y el sabor salado de la brisa impregnan su nariz y labios. El viento del nordeste barre sus blancos cabellos mientras saca un libro de su bolso”. Tremendo… es un fragmento de La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel. Ese es el libro que el club de lectura Miralpuerto 2 ha elegido para este banco. A eso le llamamos nosotros dar en el clavo.
Pero miran, que lo traemos anotado. El club de lectura Pasapágina, de Los Corrales de Buelna, llevará su alma a un banco que no existe y que imaginan cerca del Siboney para leer allí Las lágrimas de Claire Jones, de Berna González Harbour. Pero es que el Club de lectura en inglés de la Biblioteca Municipal de Santander ha puesto a conversar a Menéndez Pelayo con Javier María y nos ha regalado un Corazón tan blanco.
Y, miren, miren… el Club de Lectura de la ONCE ha encontrado un banco en el Barrio Pesquero para rizar el rico y leer Ahogada en llamas, de Jesús Ruiz Mantilla, donde el agua y la memoria se funden.
Y no se pierdan esto, desde el Club de lectura de la Biblioteca Municipal de Gravina depositan en el Parque del Agua Farenheit 451, de Ray Bardbury, antes de recordarnos que “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”.
Bueno, hoy no hace frío, pero este banco-salón-barco-libro-habitación con vistas-trampolín tiene hasta manta incorporada. Lean, lean con nosotros… y busquen busquen su banco bueno. Nosotros… en unos minutos, vamos a instalarnos en otro muy cerca de aquí.
Psssss silencio, que es momento de leer.
En el banco bueno
Algunas veces nos olvidamos hasta de lo que somos… y somos palabras, somos lenguaje, somos literatura y somos cuento al atardecer, somos poesía y, más veces de la que quisiéramos, somos prosa. Pero nos olvidamos.
También nos olvidamos de lo que tenemos delante. Pero… ¡ustedes están viendo lo que nosotros vemos! Por Dios… si me tapo un ojo veo el universo, si me tapo el otro, tengo la bahía delante. Si me tapo los dos… todo queda dentro, atrapado por mis neuronas soñadoras…
Y… ¿Y? Y tengo un banco bueno para disfrutalo. Un banco muyyyy bueno. Y disputado, claro. Pero esta mañana… el banco bueno se va hacer ancho y largo para acogernos a nosotros y todo lo que llevamos dentro: mil ballenas buscando refugio, un dibujo genial de Maruja Mallo trazado en las lágrimas de Buenos Aires, una niña que recuerda el poema de Rubén Darío que dio título a la novela de Sergio Ramírez…
“Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento”.
No les vamos contar todo el cuento porque en este banco bueno que estamos convirtiendo en la mesa de camilla de nuestros recuerdos queremos leer el libro que nos ha recomendado para este preciso lugar el Club de Lectura Alejandría, de la Biblioteca de Camargo. Si es que… si es que no podía se otro que Alegría, de Pepe Hierro.
“He mirado la mar olvidándose allá, convirtiéndose en cielo.
He escuchado el sonido del viento paciendo la hierba mojada.
He dejado mi cuerpo caído entre flores azules, cerrados los ojos,
y he soltado las tiendas del alma”
Puffff nosotras también queremos soltar las tiendas del alma… y, de paso, seguir con las recomendaciones de otros dos clubes de lectura germinados en esa Biblioteca de Camargo. Miren, miren, aquí lo leo: los dos han elegido un banco bueno que mira justo a la Isla de Mouro desde la Península de La Magdalena. Uno, el Club Nosotras, no se imagina sino leyendo La insolación, de Carmen Laforet; el otro, el Club Metrópolis se instala en el banco con José María de Pereda para sumergirse en Sotileza mientras la mar los atrapa.
Es que los bancos buenos son inspiradores. La buena gente del club de lectura Callealtero se ha sentado en un banco aquí cerquita a leer teatro del bueno, el teatro representando la realidad, la realidad como ficción, la verdad y la ilusión entremezclados, la esperanza como último recurso, los dirigentes como creadores de ilusiones. Así que, claro, se han quedado con La Fundación, de Antonio Buero Vallejo. Otra vez en La Magdalena, en el bosquecillo de La Península, hay un grupo del club de lectura Miguel Delibes que han encontrado a Jane Eyre, de Charlotte Bronte, justo en los pliegues de esa tierra ancestral.
Pero miran para occidente, y rebuscan en el Parque de la Vaca, allí, en un banco se van a encontrar a Leonora Carrington con varias integrantes del Club de lectura Locus amoenus que están devorando con la calma necesaria Memorias de abajo, para meterse en el corazón de Leonora.
Un banco bueno con un libro bueno es como el maridaje perfecto ¿no?
Nosotras no damos a vasto. Queremos leer todo y queremos ocupar todo los bancos buenos de la ciudad, de la región, del planeta… que para leer no hay límites. Si ustedes quieren seguir nuestro ejemplo, piensen, elijan su banco bueno, y compártanlo. Cuando regalamos lecturas, bancos de los buenos, sueños… todo parece tener sentido. Nos vemos pronto, ya mismo, en Felisa 2023, aquí cerquita. Pero como tenemos este banco, esta sala, este espacio íntimo, vamos a despedirnos con un poema de Gioconda Belli que nos prepara para no dejar de hacer esto, para no cesar en la tarea de construir castillos de arena con las palabras.
Ahí va:
¿Por qué no me dijiste que estabas construyendo
ese castillo de arena?
Hubiera sido tan hermoso
poder entrar por su pequeña puerta,
recorrer sus salados corredores,
esperarte en los cuadros de conchas,
hablándote desde el balcón
con la boca llena de espuma blanca y transparente
como mis palabras,
esas palabras livianas que te digo,
que no tienen más que el peso
del aire entre mis dientes.
Es tan hermoso contemplar el mar.
Hubiera sido tan hermoso el mar
desde nuestro castillo de arena,
relamiendo el tiempo
con la ternura
honda y profunda del agua,
divagando sobre las historias que nos contaban
cuando, niños, éramos un solo poro
abierto a la naturaleza.
Ahora el agua se ha llevado tu castillo de arena
en la marea alta.
Se ha llevado las torres,
los fosos,
la puertecita por donde hubiéramos pasado
en la marea baja,
cuando la realidad está lejos
y hay castillos de arena
sobre la playa…