Un diario casi completo escrito por Fernanda Sanz Villegas
Sábado 28
El sábado brilla la Plaza de la Palabra. Brilla por un sol potente y decidido a calentar la tarde y brilla para no tener que esperar Hasta que empiece a brillar. No es un brillo metálico sino el brillo de las palabras, de sus significados y sus laberintos meditados para sortear dificultades y para burlar censuras incómodas y, sobre todo, absurdas. Comparte calor y emociones con este público entregado Andrés Neuman para fascinarnos, si aún no lo estábamos, con María Moliner. Empieza estirando la sonrisa hasta convencernos de que este calor merecerá la pena, de que esta tarde el Sidol de las palabras las pondrá refulgentes. La explicación del título, que es un verso de Emily Dickinson, me lleva a la soledad de estas dos mujeres recluidas, más o menos voluntariamente, entre las paredes del lenguaje.
Y cuando habla de la melancolía de las energías desaprovechadas siento haber alcanzado el campamento base, el refugio seguro de quien pensaba en la democratización del uso de la lengua, de quien hizo de la maldad de la depuración, que tanto practicó el Régimen, una ocasión de rebelarse y dar la oportunidad a las palabras de salir de sus jaulas doradas de privilegios académicos y ser libres, llenas de contenido y significado común. Doña María dedicó muchos años de su vida a conversar con las palabras a tratarlas desde la familiaridad y el cariño para que no se quedara ninguna cara oculta en ellas y para imprimir en esta enmienda al diccionario oficial un carácter de rebeldía silenciosa e insistente, un auténtico órdago a la valentía y al atrevimiento. En los últimos años se intenta, desde algunos colectivos o instituciones, dar visibilidad a mujeres pioneras, imprescindibles, olvidadas, no reconocidas, que desde todos los ángulos de la vida, la historia, disciplinas artísticas o desde el conocimiento, han sido fundamentales y meticulosamente apartadas del pódium para dejarnos huérfanas de referentes femeninos y todas ellas sin reconocimiento de su «gloria».
Es por esto por lo que celebro tanto este libro de una «poeta de la lengua» , de una amante hasta el extremo de bienestar físico, de los libros con recomendaciones sobre cómo arroparlos con un buen forrito y sabedora de la necesidad que tenemos las personas de libros, consiguió desde las Misiones Pedagógicas, fundar, junto con su equipo, 200 bibliotecas rurales en Valencia, además de iniciar las bibliotecas infantiles.
¿Qué sensibilidad tenía esta mujer para pensar en proteger y cuidar a palabras, infancia, pueblo…?
Nominada por la Academia y rechazada su entrada en la RAE en 1972. Lamentablemente, no me suena raro que una mujer tenga tantos obstáculos para conquistar esferas de poder o representación.
Y, aunque ella no persiguiera la visibilización, hay que seguir haciéndolo para construir un futuro justo y equilibrado.
Y porque la lectura es útil porque mejora la vida cotidiana y funda una soledad asociativa, seguiremos leyendo.
Aixa de la Cruz trae Todo empieza con la sangre. Otra vez una protagonista femenina para hablarnos de vínculos, de amor, de relaciones, de los patrones que heredamos… Dice que el amor se aprende en la fase prelinguística y que en este aprendizaje, a veces, se normaliza la violencia. Me da un escalofrío al recordar que en solo 72 horas cinco mujeres y un niño han sido asesinadas por violencia de género. Aixa mueve mucho los brazos para acompañar su discurso y nos habla de amor romántico, del cambio de perspectiva ante una relación, que ya no se plantea con vocación de eternidad, pero ante este aparente avance en libertad se cruza la precariedad inmobiliaria que da lugar a que algunos divorcios no se puedan realizar. Recuerdo las prolongadas discusiones y los estériles compromisos políticos sobre la vivienda. Pienso en el negocio que tienen los bancos con las hipotecas y en tantos oscuros intereses y chanchullos de los que estamos absolutamente desprotegid@s. Y entre pensamientos sobre capitalización de desgracias ajenas, afirma que el dinero está presente en todas las novelas románticas. ¡Vaya! Entre un gran corazón rojo y palpitante y una tarjeta de crédito boyante y abultada… no hay color.
Y sale al final, la precariedad espiritual que puede ser llenada con lo romántico.
Esta historia de búsqueda del amor en la que se llega a fantasear con amores como lo de antes, llega al final comentando el inmersivo proceso de creación y afirma que las novelas le colonizan los sueños.
La Plaza no refresca hoy, pero en parte será porque está a reventar. ¿Quién viene ahora? Pues… Silvia Intxaurrondo. Arranca el primer aplauso solo por llegar. Ella sí es conocida, expuesta a diario desde el otro lado de la tele, conocida, reconocible y familiar, cercana y querida. Una persona de esas que transparentan verdad, fiabilidad, sinceridad, empatía, rigor, dulzura, contundencia, valentía, una periodista necesaria siempre y ahora imprescindible.
Carmen Alquegui hace una presentación detallada e impecable de su formación y trayectoria profesional. Después entra en Solas en el silencio, un libro delicioso y adictivo, desasosegante y de los que te hacen tomar partido y necesitar una justicia que no siempre se ve o que a ti, lectora, te urge desde las vísceras y tal vez busques la venganza merecida.
Dice, que no es «famosa» metida a escritora sino que escribir fue su primer deseo siempre y la vida la fue llevando por los medios audiovisuales y que aprendió el oficio. Esta mujer los oficios los borda porque van pespunteados de mirada crítica y no sesgada como se empeñan en embadurnar sus adversarios, porque en esta profesión últimamente florecen oponentes hirvientes de odio y rabia.
El libro nos lleva a Sopuerta, un pueblo del norte en el que reconoceríamos tantos pueblos y duele que tenga tanta violencia transversal, como ella dice, y que nadie haga nada por remediarlo.
No nos es ajeno el caciquismo, el tonto del pueblo, los abusos de los mejor situados con más poder o más carroñeros. No nos es ajeno el sufrimiento en silencio y el silencio convenido para achicar o tapar el estigma. Estigma, por otra parte ineludible pues la condición de tonto, de mujer o de pobre no tiene disimulo posible. Silvia nos presenta personajes, hechos, emociones y situaciones tiernas o divertidas de creación y distribución, todo con la elegancia de quien sabe domesticar palabras para que salgan precisas, andamiadas, cautivadoras y responsables de que en la plaza solo se escuche su voz acunada por cientos de respiraciones. Ni un murmullo. El poder de la palabra es poder de seducción.
Y cuando algunos en perturbador ascenso estadístico, dicen que la violencia de género no existe, ella la muestra desde la perspectiva de las mujeres, una mirada dolorosa y sufriente, una mirada de auxilio de la que no te puedes apartar.
Y reconocemos al médico, el cómplice sin el cual nada hubiera sido posible. El que conocía todas las miserias y no hizo nada para que cambiara el destino de tantas mujeres, bueno sí, perpetuar la tragedia y asistir al final.
Plantea haber querido romper la asfixia del silencio y ya estamos todas un poco acongojadas sin leer, solo escuchando y nos encanta que las historias de personas invisibles para tantos, los nadies, hayan dado un relato tan jugoso y trenzado y verdadero como este, aunque haya tanto desgarro.
«Cada vida tiene la importancia suficiente para ser narrada».
Llegamos a la muerte y el amortajamiento y la ropa de viaje. Recuerdo que de niña contemplaba con miedo y desconcierto la mortaja de mi tía Teresa colgada en un armario. Nueva y con algunos alfileres por si hacía falta bajar o subir el dobladillo, algo rápido de última hora. Defiende Silvia la despedida piel con piel, yo prefiero, algo más aséptico y distante. No, quiero situarme en los márgenes. Se llamará cobardía.
Es enternecedora la imagen del acompañamiento de su padre por el pueblo y luego su papel de «agente literario» para que el libro pudiera ser leído en Sopuerta. Esta incondicionalidad y apoyo llega siempre de un padre o de una madre.
Va llegando al final con algo de actualidad y aunque ella ve crispación circunscrita a la M30 y tendrá razón, nosotras comentamos que el ambiente está enrarecido y se alimenta esa podredumbre, creemos que el ruido solo genera sordera y hay que llevar cuidado, cualquier paso atrás sería difícil de recuperar.
Mientras tanto pasa una manifestación Orgullosa con muchos arcoíris y alguna bandera tricolor. Hay un aplauso reconfortante.
Hay espacio para la esperanza.
Desde la opción que sea, a ver si somos capaces de avanzar junt@s.
Termina sin estridencia, como es Silvia. Un apasionado aplauso la despide, sabemos que además del libro, la volvemos a encontrar en la tele.
Nos queda cerrar esta tarde de calor… asfixiante también. Esther Vallejo trae A la fresca y una ligera brisa nos permite respirar mejor.
Sus canciones hablan de las cosas silenciadas cuando salen las Segadoras.
Hablan de respeto y tolerancia e invita a celebrar el Orgullo con «Preocúpate de tu arado y no del de al lado». Nos traen, desde Aragón, al inolvidable Labordeta tejedor de palabras, ideas y territorios y acabamos con algunos versos de sus canciones que son deseos, «que la vida te vista de suerte» y aunque «las mejores estrellas son las que están en el cielo» hoy la plaza ha tenido luz propia.
«Que no me quemen las hojas / si soy árbol o soy libro».
Termina el concierto y, cuando marchamos, Silvia sigue firmando.
Felisa nunca defrauda. Esta tarde las protagonistas de todos los libros han sido mujeres. Por eso y por tanto ¡Qué orgullo!, de Felisa también.